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Metal blue walkway of the crossing bridge in the urban area.

La pasarela azul.

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Nelson R. Amaya

Los eventos de galas incluyen siempre mecanismos que faciliten rotar la atención de la audiencia sobre las estrellas que concurren al lugar. La forma como llegan vestidas, la hora a la que acuden, la pareja que los acompaña, los fans que festejan su arribo, en fin, es convertir en un espectáculo llamativo lo que pudiera ser otra reunión común y corriente. La discreción es la peor enemiga de quienes caminan en esa alfombra, comúnmente roja. Es la condición humana. Dispuesta a dejarse llevar por la admiración que generan, en una fuerte mezcla con envidia, crítica de lo ajeno y deseo de empatizar con algo que no se tiene. Lo mediático, al fin  y al cabo, mantiene atentos a todos en algo que se ha publicitado con amplia insistencia, se ha vendido como el lugar, la ocasión, en el que todos desearían reemplazar a los actores en la pasarela. Los reflectores vienen y van, dándole registro a quienes se asoman, según las preferencias previas del público medidas en las encuestas, o siguiendo los dictámenes estratégicos de los dueños de las cámaras para impulsar a alguien de sus afectos y sus intereses.

Si esta descripción de una festejo del cine, en Los Ángeles o Cannes, se parece a  una campaña presidencial no es mera coincidencia.

Cada actor -candidato- debe  poner en acción los elementos que considera fundamentales para atraer la atención de los electores. Desde los zapatos, como destacan los Ferragamo de la izquierda-caviar, aquella que anuncia matarse por el pueblo pero persiste en vestir como los ricos que dice detestar, hasta el peinado y el largo del cabello de otros que se lo alborotan según los consejos de sus asesores de imagen. Algunos calvos buscan impactar por la forma de los lentes, otros a base de frases altisonantes. Están en su derecho de buscar los reflectores.

Parte de lo llamativo de la puesta en escena es la historia detrás de cada uno. Debiera ser lo fundamental, pero termina siendo una razón más de manipulación mediática que de verdadero análisis de sus propuestas y su currículum.

Aparte de los actores, que a estas alturas todos son de reparto, cabe destacar los verdaderos grandes en el tema: los productores y directores de las películas políticas, es decir, los partidos y sus cabezas visibles, llámense presidentes o expresidentes.

En el tinglado están los tradicionales, los Scorsese, Spielberg, cuales conservadores y liberales, que ladran echados. Los emergentes con gran éxito, Iñárritus, Cuarones,  los hay de dos clases: segmentados de los tradicionales, como el caso del Centro Democrático, la U y Cambio Radical, y quienes han buscado respaldo con propuestas que se destacan precisamente por rechazar el tradicionalismo y querer apartarse de sus pecados, aun cuando a veces cometen los mismos con caras nuevas. ¡Ah!, la política.

Veíamos como se destacan los pecados de las ancianos,  vestidos con traje moderno, pero como la mona, que aunque se vista de seda, mona se queda. Es el caso del  desastre monumental de los candidatos De La Calle y Vargas Lleras, cuando en sus aspiraciones presidenciales hicieron un gran ridículo al obtener una votación cercana a la tercera parte de sus partidos, el Liberal y Cambio Radical sumado a la U.

Sin ganas de quedarse atrás en el grotesco espectáculo del 2018 de sus rivales tradicionales, el partido Conservador aflora nueva vieja cara para sus ganas de llegar al Palacio de Nariño. Respaldó a medias a Noemí Sanín en 2014, cuando muchos se escurrieron para otros candidatos, a Duque del Centro Democrático en el 2018 -Marta Lucía Ramírez no se inscribió como miembro del conservatismo-, y ha sido escurridizo a afrontar una candidatura con llegada coherente desde tiempo atrás, por la forma como juegan con la política sus directivas y congresistas: acuerdos de gobernabilidad con quien gane con  una fuerza parlamentaria necesaria para gobernar, ergo involucrable en el gobierno de turno.  Lamentablemente, esa bancada tiende a disminuirse cada cuatro años -13 elegidos en 2018, versus 18 en 2014-, por virtud de no enarbolar ninguna bandera que muestre propuestas a favor de la gente y por la ausencia de debates de control político, consecuencia de no querer malquistarse con el gobernante de turno para seguir pelechando de los beneficios del gobierno.

Por la pasarela azul han desfilado interesantes personajes con el ánimo de ser seleccionados como actor principal del conservatismo en 2022. De todos los talantes, muy preparados y experimentados unos, muy politiqueros otros, ¿cuáles serían los criterios de unos buenos director y productor para escoger el galán de la película? Sin duda, aquel capaz de llenar las salas -urnas-, conquistando adeptos que sumados a los tradicionales del partido, pudiera alzarse con el Óscar a mitad del año entrante. Su perfil: taquillero. Su experiencia: haber desempeñado un buen papel secundario, ya que no puede haber repitente en el premio de protagonista principal. Había para escoger. Pero lo que vimos, no da para ganar un premio en el festival de Cartagena.  De la más pura formación politiquera, con algunos logros en materia legislativa, el candidato de las huestes azules tendrá el inmenso orgullo de profundizar la crisis del partido, llevar una bandera raída y desteñida por algunos meses y terminará liderando un “acuerdo sobre lo fundamental”, es decir, sobre los puestos y otras bondades de estar apoyando al candidato ganador del Óscar.

Los reflectores alumbrarán hacia otro lado. Los vestidos de la gala parecerán disfraces lucidos por el escogido, con cuidadosa astucia. Los monólogos, poco escuchados. Los ecos de sus propuestas, aullidos en medio de unos contendores mejor preparados. Los conservadores de base, deseosos de ver de nuevo brillar a su partido, deberán esperar otra gala. Ésta no será, para nuestro pesar, la del Óscar.

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