Las actividades de nuestra política se mueven hoy bajo el interés fundamental de la elección del próximo presidente en Junio de 2022-habrá segunda vuelta, sin dudas-.
Pero hay otro momento indispensable en el camino, que convoca a menos colombianos que la definición presidencial, pero que guarda tanta, y para algunos, más importancia que la justa por la jefatura del gobierno: La elección de congresistas.
Sea lo primero mencionar la diversidad de partidos en los cuales la Colombia de hoy se ha abierto a la democracia: diecinueve con personería jurídica, ergo con capacidad de hacerse representar en el congreso. De todos las tendencias, abiertos a convencer al elector de que pueden mover este país hacia delante.
Hay en las gavetas de sus directores un bolígrafo que determina el ejercicio de una facultad bastante particular, y es la de expedir los avales, aquella habilitación que el partido le otorga a un aspirante, ya para congreso o para alcalde, gobernador, diputado, concejal, edil, en fin, para cualquier cargo susceptible de ser definido por elección popular.
Lo que antiguamente quedaba en manos de grandes líderes de partidos, hoy es abusado, más que usado, por algunos personajes que anteponen sus oscuros intereses a los de enaltecer el ejercicio cada vez más desprestigiado de la política partidista, por lo que el otorgamiento de los avales se parece en nuestros días más a una patente de corso que a un honor concedido para darle lustre a unas banderas.
Las operaciones de debridación, esa eliminación de los tejidos muertos que busca salvar los vivos, han sido inútiles en nuestra democracia para salvaguardarla de la turbiedad amañada, como quistes que se apropian de la vida, sin interesarles la muerte que pueden generar a causas nobles.
Cuando ya el daño celular es mayor a lo rescatable, no hay otra salida que lo que deberá suceder el próximo 13 de marzo: Una necropsia. El levantamiento del cadáver congresional. No veo a ningún partido sobreviviendo a la pandemia política del año 2022. Y no tendremos necesidad de buscar la causa de la muerte. La distancia irreductible entre esos dinosaurios formales y los aspirantes más destacados a la presidencia que es palpable hoy día, reafirma su destino a perecer más pronto que tarde.
Veamos: El Centro Democrático, una organización que inició con ganas de impulsar nuevas caras al país que remozaran los arrugados rostros conservadores y liberales, sucumbirá al caudillismo y a sus luchas intestinas por ser “el más cercano al líder”. El liberalismo, con la tinta chantajista del esferográfico de César Gaviria y sus conocidas inclinaciones, no dará lugar a nada que no le sirva para manejar las alianzas que algún día favorezcan a su vástago sin estructura ideológica. Del conservatismo va quedando lo que se llamó en una época los feudos podridos, las atrincheradas fuerzas regionales que propenden por unos espacios eternos, bajo las sombras del transaccionalismo, esa disposición de facilitarle al gobierno de turno una “gobernabilidad” a cambio de pedazos de poder suficientemente apetitosos y garantistas de sus reelecciones. La U, el polo y cambio radical son un poco más de lo mismo de lo ya descrito, uno a la izquierda y otros ni se sabe dónde. Verdes, Miras, Dignidad, Colombia justa y libre-¿?- recogieron gentes con ganas de hacer política diferente, pero han cambiado tanto en sus estructuras y dieron tales vueltas que quedaron mirando para el mismo lado tradicional. Nuevo liberalismo y Salvación nacional, tan débiles en sus fundamentos que deben subsistir a base de fotografías de sus difuntos líderes, recogen a los descendientes de una época de ideas fuertes, en un momento de realidades diferentes. Muy pocos electores se acuerdan de esos grandes, Luis Carlos Galán y Álvaro Gómez.
Estas afirmaciones me llevan a pronosticar, cualquiera que sea el presidente que elijamos en junio del año entrante, un referendo revocatorio del congreso que se elija en marzo, con ánimo de darle vuelta a este andamiaje. Y sin oportunidad de dejar asomar las huellas cadavéricas del desastre actual.
Gustavo Petro merece una nota destacada en este concierto. Detrás de su aspiración surge un partido, Colombia Humana, muy en contravía de la historia de lo absurdo narrada al inicio. A punto de lograr pasar él a segunda vuelta presidencial-lo dudé hace un mes, pero veo una dispersión de fuerzas y una profusión descomunal de egos que lo pone en ella-, no sabemos aún como maneje el tema del congreso. Lo veo convencido igual de la necesidad de revocarlo si sale elegido; y con su acostumbrado mesianismo ilusorio, debe dar por descontado que así sucederá, por lo cual no perderá tiempo asegurando unos buenos congresistas de su CH.
De los otros aspirantes, dudo que se malquisten en extremo con los potenciales congresistas de cualquiera de los 19 partidos metiéndose en la camisa de once varas de una revocatoria. Unos más distantes que otros, la sola mención de una revocatoria los pondría a hablar sólo sobre ese tema, y aun cuando convocaría todos los reflectores en ella, no dejaría en paz el debate.
Preparémonos entonces para el nacimiento de un congreso muerto y el surgimiento de una camada de legisladores, seleccionados con otros criterios distintos de los imperantes para marzo 2022. La política debe seguir. Revitalizada, pero sin duda, sobre el cadáver de los viejos instrumentos de realizarla que no dejan avanzar nuestros retos por una mejor Colombia.